La luna nunca fue objeto de un culto específico por parte de los antiguos griegos. Existía, no obstante, una divinidad lunar, Selene (en griego Σελήνη), hermana de Helios (el Sol) y de Eos (la aurora). Selene fue conocida sobre todo por sus amoríos con el joven pastor Endimión a quien vió una noche dormido sobre una cueva del monte Lamos, cerca de Mileto. Selene pidió entonces a Zeus que concediera a Endimión la vida eterna para que así nunca le abandonase. Alternativamente, Endimión tomó la decisión de dormir en un sueño perpetuo, del que sólo despertaba para recibir a Selene.
Cada noche, Selene bajaba a la cueva del monte Lamos para visitar a su amante dormido. De este amor nacieron cincuenta hijas. En el arte, Selene era representada como una mujer hermosa de rostro pálido, conduciendo un carro de plata tirado por un yugo de bueyes blancos o un par de caballos. A menudo era mostrada montando un caballo o un toro, vistiendo túnicas, llevando una media luna sobre su cabeza y portando una antorcha.
Cada noche, Selene bajaba a la cueva del monte Lamos para visitar a su amante dormido. De este amor nacieron cincuenta hijas. En el arte, Selene era representada como una mujer hermosa de rostro pálido, conduciendo un carro de plata tirado por un yugo de bueyes blancos o un par de caballos. A menudo era mostrada montando un caballo o un toro, vistiendo túnicas, llevando una media luna sobre su cabeza y portando una antorcha.
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